La historia de Granada se puede prolongar hasta periodos más que antiguos, hasta elegir, incluso, si su fundación estuvo a cargo de una hija de Noé, o por el contrario, de una hija de Hércules de nombre Granata.
La historia, que es siempre una opción estética, asegura que hubo en Granada un importante asentamiento ibérico y también romano, algo habitual, por otra parte, en casi todas las ciudades del sur de la península Ibérica. También confirma que jugó un importante papel en la cristianización de la Península, no sólo por la documentada aparición en torno al año 60 de nuestra era, de Cecilio, santo patrono de la ciudad, sino porque además en Granada, entonces Iliberis, se celebró el primer concilio de la iglesia española alrededor del año 300.
La Granada árabe
Todas las fechas de la historia son importantes para una ciudad. Pero en Granada, además, existe un eje claro, una fecha que la organiza como una gran bisagra temporal y da sentido a un antes y a un después.
Un arabista contaba que el dos de enero de 1492 los granadinos se acostaron en una ciudad medieval y musulmana y se levantaron en otra cristiana y moderna.
La medieval ya nació tarde, en el 1013, y como resultado de un traslado. El poder protector del califato era ya cosa del pasado y las colinas eran más seguras.
Desde la muy cercana Elvira damasquina que hoy da nombre a la célebre puerta, la ciudad se trasladó, por evidentes razones de seguridad, al Albaicín.
Los ziríes, clan norteafricano que no árabe, se convirtieron en monarcas y construyeron una nueva ciudad sobre otra o sobre otras que allí existieron.
Apenas unos siglos más tarde, en el año 1238, Muhammad Ibn Yusuf Ibn Nasr, también conocido como Ibn al-Ahmar, fundó una nueva dinastía tras conquistar una vez más Granada, la nazarí que mantendría el último reino musulmán del occidente europeo hasta casi el siglo XVI y construiría los palacios de la Alhambra.
La ciudad seguía creciendo y una nueva muralla, la alcazaba Yidida se uniría a la antigua, creando una ciudad fortificada que, paradojas de la historia, nunca se defendió.
La Granada de la Reconquista
La rendición de Granada a los Reyes Católicos en el 1492 la sumerge de pronto en el mundo moderno, ¿o fue quizás al revés, que la ciudad hizo modernos a los reyes medievales? En un principio, el cambio no pretendía afectar más que a la cabeza del reino; un rey por otro rey. En este caso una reina.
Las condiciones de la rendición fueron generosas y las personas encargadas de hacerlas respetar, sobre todo el arzobispo Hernando de Talavera, intentan administrar, también con generosidad, un mundo que les fascina y turba al mismo tiempo. ¿Pero cómo armonizar ese extraño mundo con el nuevo Estado que se creaba en la Península?
La historia hizo sus planes y Felipe II, un Austria ajeno a la ciudad, remató definitivamente el sueño de Isabel de convivencia pacífica entre dos mundos que, en el fondo, no eran tan distintos. En el 1500 surge el primer motín en el Albaicín y no pararon hasta que el ilustre don Juan de Austria, en el 1571, acabó con los moriscos sublevados en la Alpujarra y dio muerte a su rey, Aben Humeya o don Fernando de Válor.
El exilio, la expulsión y la colonización por nuevos habitantes preparó a la ciudad para la explosión religiosa contrarreformista que la convertiría en un permanente espectáculo barroco durante el siglo XVII.
No será hasta el XIX cuando Granada experimente interesantes transformaciones en las que se mezclarán los espacios liberados por la Desamortización con los gustos franceses e ingleses en el tratamiento de parques, plazas y jardines. El Salón, la Bomba y otras plazas son el resultado de esta actividad, aunque para su construcción fuera necesario deshacer parte importante del antiguo trazado de la ciudad, como fue el caso de la construcción de la Gran Vía por la que se sacrificó el viejo barrio de la Mezquita Mayor.
En nuestro siglo, Granada siguió deslizándose hacia el sur, hacia la vega, llegando a sobrepasar el frustrado intento de límite que se había proyectado con el Camino de Ronda. Un urbanismo desabrido y especulativo permitió la construcción de enormes bloques que se organizaron en torno a dos largos ejes paralelos: el ya citado Camino de Ronda y la calle Pedro Antonio de Alarcón. Ajenos a las tipologías habituales de la ciudad, los bloques se llenaron, en un vertiginoso proceso, de unos nuevos ciudadanos. Habían nacido los pisos de estudiantes.
La trama se urdió de forma espontánea, densa y firme. De piso en piso, de bloque en bloque fluían relaciones que nacían al amparo de la conquista del desorden y generaban costumbres, usos y hábitos totalmente nuevos que ayudarían de forma importante a crear la ciudad que hoy conocemos.